sábado, 15 de noviembre de 2014

LA REENCARNACIÓN (Parte 4, ultima)

LA REENCARNACIÓN


(Parte 4, ultima)

Al desarrollo apresurado sucesivo de los vehículos superiores, no sigue inmediatamente la facultad de aportar a los inferiores toda la parte de conciencia de aquellos que éstos pueden percibir.  En este punto difieren grandemente los individuos, según sus circunstancias y según obren, pues este apresuramiento en el desarrollo de los vehículos ocurre rara vez hasta que se alcanza el discipulado probatorio, y entonces los deberes por cumplir dependen de las exigencias del tiempo. 

Al discípulo y aun al aspirante al discipulado se le enseña a poner sus facultades al servicio del mundo; y la participación de la conciencia inferior en el conocimiento de la superior se determinan principalmente por las necesidades de la obra en que el discípulo está ocupado.  Es necesario que el discípulo pueda usar por completo de sus vehículos de conciencia en los planos superiores, en tanto que su obra haya de efectuarse tan sólo en ellos; pero el aportar el conocimiento de esta obra al vehículo físico, que no interviene para nada en ella, es asunto sin importancia, y el que pueda o no hacerlo, se determina generalmente por el efecto que una y otra circunstancia deba tener en la eficacia de su trabajo en el plano físico. 

En el estado presente de la evolución, la violencia que se hace al cuerpo físico cuando la conciencia superior le obliga a vibrar en consonancia con ella, a menos que las circunstancias externas sean muy favorables, puede ocasionar desarreglos nerviosos y sensibilidad histérica con todas sus nocivas consecuencias.  De aquí que la mayor parte de los que poseen desarrollados los vehículos superiores de conciencia, y que al mismo tiempo deben efectuar sus trabajos más importantes fuera del cuerpo, permanezcan apartados de los centros de población, para traer a la conciencia física el conocimiento que emplean en los planos superiores, preservando de este modo al vehículo físico sensitivo del uso grosero y del bullicio de la vida ordinaria.

Las preparaciones principalmente necesarias para recibir en el vehículo físico las vibraciones de la conciencia superior son:  su purificación de los materiales groseros por medio de alimento puro y vida pura; el dominio completo de las pasiones y la formación de carácter y mente equilibrados, que no se afecten por el tumulto y las vicisitudes de la vida externa; la costumbre de la meditación tranquila sobre asuntos elevados, apartando el pensamiento de los objetos de los sentidos y de las imágenes mentales que provocan, y fijándolo en cosas superiores; el abandono de toda precipitación, especialmente de aquella, desasosegada y excitable de la mente, que mantiene al cerebro en constante trabajo, pasando de un asunto a otro; un amor real de las cosas del mundo superior, por cuya virtud se nos presenten con más atractivo que los objetos del bajo mundo, haciendo que la mente descanse satisfecha en su compañía, como en la del amigo predilecto. 

En resumen, las preparaciones son muy semejantes a las requeridas para la separación consciente de “alma” y “cuerpo”, las cuales he expuesto en otra parte y aquí repito para aleccionamiento del estudiante como sigue:
“Debe comenzar por extrema sobriedad en todas las cosas, cultivando un estado mental uniforme y sereno; su vida debe ser pulcra y sus pensamientos puros, manteniendo su cuerpo estrictamente sujeto al alma, y acostumbrando a su mente a ocuparse en temas nobles y elevados; debe practicar habitualmente la compasión. La simpatía, el auxilio, mirando con indiferencia las penas y placeres propios, y cultivando el valor, la firmeza y la devoción. 

En una palabra: debe observar la vida religiosa y ética que la mayor parte de la gente sólo tiene en los labios.  Una vez que por asidua práctica haya aprendido a dominar su mente harta cierto punto, de modo que pueda mantenerla fija en una dirección determinada de pensamientos, debe empezar una educación más rígida de la misma por el ejercicio diario de concentración en algún asunto difícil o abstracto, o en algún objeto elevado de devoción; esta concentración consiste en fijar la mente con firmeza en un solo punto, sin vagar ni dejarse distraer por los objetos externos ni por la actividad de los sentidos ni por la de la mente misma.  Hay que sujetar a ésta de modo que se mantenga invariable y fija, hasta que aprenda por grados a apartar su atención del mundo externo y del cuerpo, de manera que los sentidos permanezcan sosegados e inactivos, mientras ella esté en plena actividad, con todas sus energías replegadas al interior, para convertirlas a un solo punto, el más elevado que pueda alcanzar el pensamiento. 

Cuando se sostenga en esta situación con facilidad relativa, estará en aptitud de dar un paso más, y por un esfuerzo de la voluntad, potente, pero reposado, será dueña de trascender el más elevado pensamiento de que sea capaz con el instrumento del cerebro físico, con lo que se elevará y unirá con la conciencia superior, viéndose libre del cuerpo.  Cuando se llega a esto, no hay sensación alguna de sueño ni de ensueño ni pérdida alguna de conciencia; el hombre se encuentra fuera del cuerpo, como si hubiera arrojado de sí un pesado estorbo, y no como si hubiese perdido una parte de sí mismo; no está realmente “desencarnado”, sino que se ha elevado por encima de la encarnación y del cuerpo grosero, “en un cuerpo de luz”, que obedece a sus más ligeros pensamientos y le sirve de hermosísimo instrumento, perfecto e idóneo para ejecutar su voluntad.  En este cuerpo se encuentra libre en los mundos sutiles; pero necesita ejercitar sus facultades por largo tiempo y con parsimonia, hasta ser apto para verificar un trabajo útil en las nuevas condiciones.

“La libertad fuera del cuerpo puede obtenerse de otras maneras: por un arrobamiento intenso de devoción, o por sistemas especiales empleados por un gran maestro con sus discípulos.  Cualquiera que sea el medio, el fin es el mismo: la liberación del alma en completa conciencia, pudiendo examinar su nuevo medio ambiente en regiones fuera del círculo de acción de la carne.  A voluntad podrá volver al cuerpo; y en estas circunstancias le será dado imprimir en la mente cerebral, y retener así en la conciencia física, la memoria de las experiencias por las que ha pasado”.

Los que hayan comprendido bien las principales ideas bosquejadas en las anteriores páginas, verán que tales ideas son de por sí la mayor prueba de que la reencarnación es un hecho en la Naturaleza.   Es necesaria a fin de que la vasta evolución que implica la frase “evolución del alma”, pueda llevarse a efecto.  La única alternativa oponible –dejando a un lado por un momento la idea materialista de que el alma es sólo el conjunto de vibraciones de una clase particular de materia física—es que cada alma sea una creación nueva hecha cuando nace el niño, e impresa con tendencias virtuosas o viciosas, con habilidad o con estupidez, impuestas por el capricho del poder creador.

Como diría un mahometano, su destino pende desde el instante de su nacimiento; pues el destino del hombre depende de su carácter y del medio en que vive, y cada nueva alma lanzada al mundo, tiene que ser condenada al sufrimiento o a la dicha con arreglo a las circunstancias que la rodean y al carácter impreso en ella. 

La predestinación en su forma más repulsiva, es la única alternativa de la reencarnación.  En vez de considerar a los hombres evolucionando lentamente, de modo que el salvaje brutal de hoy haya de lograr con el tiempo las nobles cualidades del santo y del héroe, apreciando de este modo al mundo como manifestación de un proceso de desenvolvimiento sabiamente concebido y dirigido, nos veríamos obligados a ver en todo ello un caos de seres sencientes tratados con la mayor injusticia, sentenciados a la dicha o a la miseria, al conocimiento o a la ignorancia, a la virtud o al vicio, a la riqueza o a la pobreza, al genio o a la idiotez, por una voluntad externa, arbitraria, no inspirada en la justicia ni en la misericordia:  sería todo un verdadero pandemónium irracional y sin sentido.  Y este caos se supone ser la parte superior del cosmos, en cuyas regiones inferiores se manifiestan todas las hermosísimas y ordenadas obras de una ley que siempre desenvuelve formas más complejas y elevadas de las más ínfimas y sencillas, de una ley quede modo conspicuo “tiende siempre a la justicia”, a la armonía y a la belleza.

Si se admite que el Alma del salvaje está destinada a vivir y a desarrollarse, y no condenada por toda la eternidad a su presente estado infantil, sino que su evolución se verificara después de la muerte y en otros mundos, entonces se admite el principio de la evolución del Alma, y sólo queda la cuestión del sitio donde tiene lugar.  Si todas las Almas estuviesen en la tierra en el mismo grado de progreso, mucho pudiera decirse sobre la necesidad de otros mundos para la evolución de las Almas en los grados superiores al estado infantil.  Pero nos vemos rodeados de Almas muy avanzadas y nacidas con nobles cualidades mentales y morales.  Por paridad de razonamiento, tenemos que suponer que han evolucionado en otros mundos antes de su único nacimiento en éste, y entonces habría de sorprendernos el que un mundo que presenta condiciones a propósito, así para las Almas que se encuentran en la infancia, como para las más avanzadas, sólo esté destinado a una sola visita pasajera de aquéllas durante el período inmenso de su desarrollo, y que todo el resto de la evolución haya de verificarse en mundos semejantes a éste, e igualmente aptos para proporcionarles la diversidad de condiciones necesarias para su progreso en sus diferentes etapas, tal como las vemos cuando nacen aquí. 

La Antigua Sabiduría enseña, a la verdad, que el Alma progresa a través de muchos mundos; pero también enseña que nace en cada uno de ellos una y otra y otra vez, hasta que ha completado toda la evolución posible en aquel mundo
Los mundos mismos, según sus enseñanzas, forman una cadena evolutiva, y cada uno tiene su papel propio, como campo adecuado de determinado desarrollo.  Nuestro mismo mundo ofrece campo propio para la evolución de los reinos mineral, vegetal, animal y humano, y por tanto, tiene lugar en él la reencarnación colectiva o individual en todos estos reinos. 
Ciertamente, una evolución más vasta nos espera en otros mundos; pero conforme al orden divino, no se abrirá ante nuestra mirada hasta que hayamos aprendido y dominado las lecciones que nuestro propio mundo ha de enseñarnos.

Al estudiar el mundo que nos rodea, observamos que podemos encaminar nuestros pensamientos por diversas vías que nos llevan a la misma meta de la reencarnación.  Ya hemos determinado las inmensas diferencias que separan al hombre del hombre, las cuales implican un pasado evolucionario detrás de cada alma; y hemos llamado la atención sobre tales diferencias en cuanto distinguen entre la reencarnación individual del hombre (el cual constituye una sola especie), y la reencarnación de las almas en grupos monádicos, que corresponden a los reinos inferiores. 

Las diferencias relativamente pequeñas que separan los cuerpos físicos de los hombres, reconocibles todos externamente como tales hombres, deben compararse con las diferencias inmensas que al salvaje inferior separan del tipo humano más noble en capacidad intelectual y moral.  Muchas veces vemos salvajes de un desarrollo físico espléndido y con grandes masas cerebrales; pero ¡cuánto difieren en mentalidad de un filósofo o de un santo!

Si las cualidades mentales y morales se consideran como acumulación de los resultados de la vida civilizada, entonces nos vemos frente al hecho de que a los hombres de más talento del presente, sobrepujan los gigantes intelectuales del pasado, y de que ningún hombre de nuestra época alcanza la altura moral de algunos santos históricos.  Por otra parte, tenemos que considerar que el genio no tiene padre ni hijos; que aparece repentinamente y no como la meta de una familia que haya venido desarrollándose gradualmente, y que por regla general es estéril, o bien que si tiene un hijo, es un hijo del cuerpo y no de la mente.  Más significativo aún es el hecho de que la mayoría de las veces un genio músico nace en una familia música, porque esta forma del genio necesita de una organización nerviosa de clase especial para manifestarse, y el organismo nervioso cae bajo la ley de la herencia.  Pero ¿cuántas veces sucede que la misión de tales familias acaba tan luego como ha proporcionado un cuerpo para un genio, y que luego degenera y desaparece, al cabo de una cuantas generaciones, en la obscuridad y la insignificancia de la masa general humana?.  ¿Acaso han sido los descendientes de Bach, de Beethoven o de Mozart iguales a sus padres? Verdaderamente, el genio no se transmite de padres a hijos, como sucede en los tipos físicos de familia de los Stuardos y Borbones.

¿De qué modo, si no por la reencarnación, pueden explicarse los “niños prodigio”? 
Consideremos, por ejemplo, el caso del doctor Young, el descubridor de la teoría ondulatoria de la luz, un hombre cuyos méritos no han sido aún reconocidos en toda su magnitud.  A los dos años, sabía leer “con mucha soltura”; y antes de los cuatro había llegado  a leer por dos veces toda la Biblia; a los siete principió la aritmética y dominó el Tutors Assistant (Ayuda del Maestro) de Walkingham, antes de llegar a la mitad del mismo bajo la dirección de un preceptor; y unos cuantos años más tarde, aún en el colegio, posee el latín, el griego, las matemáticas, la teneduría de libros, el francés, el italiano, el manejo y la fabricación del telescopio, y muestra gran afición hacia la literatura oriental.  Destinado a los catorce años, en compañía de otro muchacho año y medio mas joven que él, a estudiar bajo la dirección de determinado maestro, que no llegó a tomarse a su cargo.  Young enseñó al otro muchacho.

Sir William Rowan Hamilton demostró facultades aun más precoces.  Principió a aprender el hebreo cuando apenas tenía tres años, y a los siete, según declaró uno de los catedráticos del Trinity College de Dublín, había demostrado mayor conocimiento de esta lengua que muchos aspirantes a cátedra.  A los trece años sabía trece idiomas, entre los cuales, además de las lenguas clásicas y europeas modernas, se contaba el persa, árabe, sánscrito y malayo.  A los catorce años dirigió una carta de bienvenida al embajador persa en una visita de éste a Dublín, el cual declaró “que no había creído que hubiera en Inglaterra un hombre capaz de escribir en su lengua”.  Un pariente suyo escribe lo siguiente: “Me acuerdo que cuando tenía seis años contestaba a cualquier pregunta difícil de matemáticas, y luego corría alegremente a jugar con un carrito.  A los doce años luchó con Colburn, el muchacho calculista americano, que entonces se exhibía como una curiosidad en Dublín, y no siempre llevaba lo peor de la contienda”.  A los dieciocho años el doctor Brinkley (Astrónomo Real de Irlanda) dijo de él en 1823: “Este joven no diré que será, sino que es el primer matemático de su siglo.”  En el colegio su carrera no tuvo precedentes, pues, entre muchos competidores de más que ordinario mérito, fue siempre el primero en todas las materias y en todos los exámenes.

Compare el hombre reflexivo estos muchachos con algunos medio idiotas y aun con la generalidad de los chicos; observe cómo principiando con tales ventajas llegan a ser directores del pensamiento, y pregúntese luego si tales almas no tienen pasado alguno tras sí.

El parecido de familia se explica generalmente por la “ley de la herencia”, pero las diferencias en el carácter mental y moral que constantemente se ven en una misma familia, se dejan sin explicación.  La reencarnación explica el parecido por el hecho que por medio de la herencia física puede proveerla de un cuerpo a propósito para expresar sus características; y explica las diferencias atribuyendo el carácter mental y moral al individuo mismo, al paso que demuestra que los lazos forjados en el pasado le han conducido a encarnarse en relación con algún otro individuo de la familia. 

Un “hecho significativo es el de los hermanos gemelos, los cuales durante la infancia son muchas veces indistinguibles el uno de loro, aun para la vista penetrante de la madre o de la nodriza, al paso que más adelante, en el transcurso de la vida, el Manas obra en su envoltura física y la modifica  de tal modo, que disminuye la semejanza física, y las diferencias de carácter se estampan en las mudables facciones”.  La semejanza física unida a las diferencias mental y  moral, parece implicar la unión de dos series distintas de causas.

La diferencia sorprendente que, para la asimilación de cierta clase especial de conocimientos, se nota entre personas de facultades intelectuales casi iguales, es otra “huella” de la reencarnación.  Tal reconoce enseguida una verdad, mientras que otro no llega a verla ni aun después de mucho estudio y observación; y sin embargo, puede suceder precisamente lo contrario respecto de otra verdad que se asimile el segundo y no llegue  a comprender el primero.  “Dos personas muestran afición a la Teosofía y principian a estudiarla; al cabo de un año, una se ha familiarizado con sus conceptos principales y puede aplicarlos, al paso que la otra se encuentra perpleja.  A una le es familiar cada concepto desde que se le presenta; para la otra es cosa nueva, extraña, incomprensible.  El creyente en la reencarnación, infiere de esto que la enseñanza es antigua para la una y nueva para la otra; aquélla aprende pronto porque se acuerda, no hace más que recobrar un conocimiento del pasado; ésta aprende lentamente, porque su experiencia no encierra estas verdades de la naturaleza, y las empieza a adquirir trabajosamente por vez primera”
Del mismo, la intuición es “meramente el reconocimiento de un hecho familiar en una vida interior, aunque encontrado por primera vez en el presente”: otra huella del camino por el cual ha viajado el individuo en el pasado.

La principal dificultad que muchos tienen para admitir la doctrina de la reencarnación, es la falta de memoria respecto del pasado.  Sin embargo, cada día confirman el hecho de haber olvidado mucho de la vida presente, pues los primeros días de la niñez están borrosos, y los de la infancia en vacío completo.  Deben advertir también que los sucesos pasados y por completo desaparecidos de su conciencia normal, se encuentran, sin embargo, escondidos en obscuras cavernas de la memoria, y pueden presentarse vívidamente en ciertas enfermedades o bajo la influencia del magnetismo. 
Hay ejemplo de un moribundo que habló una lengua sólo conocida en su infancia, y que le había sido desconocida durante su larga vida; en el delirio, sucesos largo tiempo olvidado, se han presentado de un modo vívido a la consciencia.  Nada se olvida realmente; pero mucho se halla oculto a la vista limitada de nuestra conciencia ordinaria, la cual es la forma más restringida de nuestra conciencia general, por más que sea la única conciencia reconocida por la gran mayoría.

Del mismo modo que el recuerdo de una parte de la vida presente se halla fuera de los límites de la conciencia ordinaria y sólo se muestra de nuevo cuando hallándose el cerebro en estado súper-sensitivo, puede responder a vibraciones que ordinariamente no es capaz de percibir, así también el recuerdo de las vidas pasadas se halla almacenado fuera del alcance de la conciencia física.

Se halla todo en el Pensador, que es el único que persiste vida tras vida y tiene el libro de memorias a su alcance, pues es el único “yo” que ha pasado por todas las experiencias que en él se registran.  Por otra parte, puede imprimir el recuerdo del pasado en su vehículo físico, así que lo haya purificado de modo que responda a sus fugaces y sutiles vibraciones, y entonces el hombre de carne puede compartir el acumulado conocimiento del pasado.  La dificultad de la memoria no consiste en el olvido, pues el vehículo inferior, o sea el cuerpo físico, no ha pasado nunca por las vidas anteriores de su dueño; consiste en la absorción del cuerpo actual en su medio ambiente presente, en su grosera insensibilidad para responder a las delicadas vibraciones, únicas por las cuales puede hablar el alma. 
Los que quieran recordar el pasado, no deben tener concentrado todo su interés en el presente, sino que deben purificar y refinar el cuerpo hasta que pueda recibir las impresiones de las esferas más sutiles.

Sin embargo, la memoria de las vidas pasadas la posee un considerable número de personas que han llegado a adquirir la sensibilidad necesaria del organismo físico, no siendo ya para ellas la reencarnación mera teoría, sino asunto de conocimiento personal.  Así saben cuánto más rica es la vida presente con el recuerdo de las pasadas, viendo que los amigos de este breve día son los mismos de hace mucho tiempo con lo que los recuerdos antiguos fortalecen los lazos del pasajero presente.  La vida gana en seguridad y en dignidad cuando se la ve con una extensa perspectiva tras sí, y cuando los amores de antaño reaparecen en los amores de hoy.  
La muerte se reduce a su propia insignificancia, como un simple incidente de la vida, el cambio de un escenario por otro, como un viaje que separa los cuerpos, pero que no puede separar al amigo del amigo.  Se ve que los lazos del presente no son más que eslabones de una cadena de oro que se extiende en el pasado, pudiendo afrontarse el porvenir con la alegre confianza que proporciona la idea de que estos lazos subsistirán, y que forman parte de aquella cadena no interrumpida.

De vez en cuando vemos niños que han aportado recuerdos de su inmediato pasado, las más veces cuando han muerto en la niñez y vuelven a nacer casi inmediatamente.  En Occidente son estos casos más raros que en Oriente, porque en Occidente las primeras palabras de tal niño serían escogidas con incredulidad, y pronto perder la confianza en sus propios recuerdos.  En Oriente, donde la creencia en la reencarnación es casi universal, se escuchan los recuerdos del niño para comprobarlos a su debida oportunidad.

Hay otra consideración respecto de la memoria, que merece estudiarse.  La de los sucesos pasados, permanece como hemos dicho, únicamente en el Pensador; pero los resultados de estos sucesos, convertidos en facultades, se hallan al servicio del hombre encarnado.  Si el total de estos sucesos pasados se lanza dentro del cerebro físico, como una vasta masa de experiencias sin orden ni arreglo, el hombre no podría guiarse por la manifestación del pasado ni utilizarlo para su ayuda presente. 

Obligado a escoger entre dos tendencias de acción, tendría que elegir sucesos similares en carácter, entre los desordenados hechos de su pasado, ver cuáles fueron sus resultados, y después de un estudio largo y penoso, llegar a alguna conclusión que probablemente sería viciosa por no haber tenido en cuenta algún factor importante que se recordó tiempo después de haber pasado el momento de la decisión.  Todos los sucesos, triviales o importantes de algunos cientos de vidas, formarían más bien una masa caótica de referencia que no fuera posible manejar en el momento en que se requiriese una pronta decisión. 

El plan mucho más eficaz de la Naturaleza, deja al Pensador la memoria de los sucesos, provee un largo período de existencia desencarnada para el cuerpo mental, durante el cual todos los sucesos pueden compararse sinópticamente y clasificar sus resultados.  Luego estos resultados se cambian en facultades,  y éstas forman el cuerpo metal siguiente del Pensador.  De esta suerte, las facultades acrecentadas y mejorada, se hallan dispuestas para el empleo inmediato, y existiendo en ellas los resultados del pasado, puede llegarse a una decisión inmediata de acuerdo con tales resultados.  El golpe de vista claro y rápido y el pronto juicio no son más que la expresión de la experiencia pasada, moldeada en una forma efectiva de empleo; son, seguramente, instrumentos mucho más útiles que lo fuera una masa de experiencias no asimiladas, de entre las cuales tendrían que elegirse y compararse las más salientes, y de la que habrían de hacerse deducciones cada vez que se necesitase tomar una resolución.

Sin embargo, desde estos puntos de vista, la mente vuelve a apoyarse en la necesidad fundamental de la reencarnación, para explicar la vida y no ver en ella al hombre como mero juguete de la injusticia y la crueldad. 
Con la reencarnación, el hombre se ve a sí mismo digno e inmortal, evolucionando hacia un fin divino y glorioso; sin ella es una arista que flota a merced de la corriente de circunstancias casuales, irresponsable de su carácter, de sus acciones y de su destino. 
Con ella puede mirar hacia adelante con esperanza, libre de temores, por bajo que se encuentre hoy en la escala de la evolución, porque se halla en la que conduce a la divinidad, y el llegar a su cúspide es sólo cuestión de tiempo; sin ella no tiene fundamento racional de seguridad acerca del progreso en el porvenir, ni siquiera respecto a la realidad de porvenir alguno; porque  ¿que porvenir habría de aguardar una criatura sin pasado?  Puede ser una mera burbuja en el océano del tiempo. 
Lanzando al mundo desde el no ser, con cualidades buenas o malas que posee sin razón ni merecimiento,  ¿por qué habría de luchar para mejorarlas?  ¿No será su futuro, si es que tiene alguno, tan aislado, tan sin causa y tan falto de relación como su presente? 

El mundo moderno, al desechar de sus creencias la reencarnación, ha privado a Dios de Su Justicia y al hombre de su seguridad; puede ser “afortunado” o “desgraciado”; pero carece de la fuerza y la dignidad que inspira la confianza en una ley inmutable, y se le abandona a merced del insurcable océano de la vida.



(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)



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