LA REENCARNACIÓN
(Parte
4, ultima)
Al desarrollo apresurado sucesivo de los vehículos
superiores, no sigue inmediatamente la facultad de aportar a los inferiores
toda la parte de conciencia de aquellos que éstos pueden percibir. En este punto difieren grandemente los
individuos, según sus circunstancias y según obren, pues este apresuramiento en
el desarrollo de los vehículos ocurre rara vez hasta que se alcanza el discipulado
probatorio, y entonces los deberes por cumplir dependen de las exigencias del
tiempo.
Al discípulo y aun al aspirante al discipulado se le
enseña a poner sus facultades al servicio del mundo; y la participación de la
conciencia inferior en el conocimiento de la superior se determinan
principalmente por las necesidades de la obra en que el discípulo está
ocupado. Es necesario que el discípulo
pueda usar por completo de sus vehículos de conciencia en los planos
superiores, en tanto que su obra haya de efectuarse tan sólo en ellos; pero el
aportar el conocimiento de esta obra al vehículo físico, que no interviene para
nada en ella, es asunto sin importancia, y el que pueda o no hacerlo, se
determina generalmente por el efecto que una y otra circunstancia deba tener en
la eficacia de su trabajo en el plano físico.
En el estado presente de la evolución,
la violencia que se hace al cuerpo físico cuando la conciencia superior le
obliga a vibrar en consonancia con ella, a menos
que las circunstancias externas sean muy favorables, puede ocasionar
desarreglos nerviosos y sensibilidad histérica con todas sus nocivas
consecuencias. De aquí que la mayor
parte de los que poseen desarrollados los vehículos superiores de conciencia, y
que al mismo tiempo deben efectuar sus trabajos más importantes fuera del
cuerpo, permanezcan apartados de los centros de población, para traer a la
conciencia física el conocimiento que emplean en los planos superiores,
preservando de este modo al vehículo físico sensitivo del uso grosero y del
bullicio de la vida ordinaria.
Las preparaciones principalmente necesarias
para recibir en el vehículo físico las vibraciones de la conciencia superior
son: su purificación de los materiales groseros por medio de alimento puro
y vida pura; el dominio completo de las pasiones y la formación de carácter y
mente equilibrados, que no se afecten por el tumulto y las vicisitudes de la
vida externa; la costumbre de la meditación tranquila sobre asuntos elevados,
apartando el pensamiento de los objetos de los sentidos y de las imágenes
mentales que provocan, y fijándolo en cosas superiores; el abandono de toda
precipitación, especialmente de aquella, desasosegada y excitable de la mente,
que mantiene al cerebro en constante trabajo, pasando de un asunto a otro; un
amor real de las cosas del mundo superior, por cuya virtud se nos presenten con
más atractivo que los objetos del bajo mundo, haciendo que la mente descanse
satisfecha en su compañía, como en la del amigo predilecto.
En resumen, las preparaciones son muy semejantes a
las requeridas para la separación consciente de “alma” y “cuerpo”, las cuales
he expuesto en otra parte y aquí repito para aleccionamiento del estudiante
como sigue:
“Debe comenzar por extrema sobriedad en todas las cosas, cultivando un
estado mental uniforme y sereno; su vida debe ser pulcra y sus pensamientos
puros, manteniendo su cuerpo estrictamente sujeto al alma, y acostumbrando a su
mente a ocuparse en temas nobles y elevados; debe practicar habitualmente la
compasión. La simpatía, el auxilio, mirando con indiferencia las penas y
placeres propios, y cultivando el valor, la firmeza y la devoción.
En una palabra: debe observar la vida
religiosa y ética que la mayor parte de la gente sólo tiene en los labios. Una vez que por asidua práctica haya
aprendido a dominar su mente harta cierto punto, de modo que pueda mantenerla
fija en una dirección determinada de pensamientos, debe empezar una educación
más rígida de la misma por el ejercicio diario de concentración en algún asunto
difícil o abstracto, o en algún objeto elevado de devoción; esta concentración
consiste en fijar la mente con firmeza en un solo punto, sin vagar ni dejarse
distraer por los objetos externos ni por la actividad de los sentidos ni por la
de la mente misma. Hay que sujetar a
ésta de modo que se mantenga invariable y fija, hasta que aprenda por grados a
apartar su atención del mundo externo y del cuerpo, de manera que los sentidos
permanezcan sosegados e inactivos, mientras ella esté en plena actividad, con
todas sus energías replegadas al interior, para convertirlas a un solo punto,
el más elevado que pueda alcanzar el pensamiento.
Cuando se sostenga en esta situación
con facilidad relativa, estará en aptitud de dar un paso más, y por un esfuerzo
de la voluntad, potente, pero reposado, será dueña de trascender el más elevado
pensamiento de que sea capaz con el instrumento del cerebro físico, con lo que
se elevará y unirá con la conciencia superior, viéndose libre del cuerpo. Cuando se llega a esto, no hay sensación alguna
de sueño ni de ensueño ni pérdida alguna de conciencia; el hombre se encuentra
fuera del cuerpo, como si hubiera arrojado de sí un pesado estorbo, y no como
si hubiese perdido una parte de sí mismo; no está realmente “desencarnado”,
sino que se ha elevado por encima de la encarnación y del cuerpo grosero, “en
un cuerpo de luz”, que obedece a sus más ligeros pensamientos y le sirve de
hermosísimo instrumento, perfecto e idóneo para ejecutar su voluntad. En este cuerpo se encuentra libre en los
mundos sutiles; pero necesita ejercitar sus facultades por largo tiempo y con
parsimonia, hasta ser apto para verificar un trabajo útil en las nuevas
condiciones.
“La libertad fuera del cuerpo puede
obtenerse de otras maneras: por un arrobamiento intenso de devoción, o por
sistemas especiales empleados por un gran maestro con sus discípulos. Cualquiera que sea el medio, el fin es el
mismo: la liberación del alma en completa
conciencia, pudiendo examinar su nuevo medio ambiente en regiones fuera del
círculo de acción de la carne. A
voluntad podrá volver al cuerpo; y en estas circunstancias le será dado
imprimir en la mente cerebral, y retener así en la conciencia física, la
memoria de las experiencias por las que ha pasado”.
Los que hayan comprendido bien las
principales ideas bosquejadas en las anteriores páginas, verán que tales ideas
son de por sí la mayor prueba de que la reencarnación es un hecho en la
Naturaleza. Es necesaria a fin de que
la vasta evolución que implica la frase “evolución del alma”, pueda llevarse a
efecto. La única alternativa oponible –dejando a un lado por un momento la
idea materialista de que el alma es sólo el conjunto de vibraciones de una
clase particular de materia física—es que cada alma sea una creación nueva
hecha cuando nace el niño, e impresa con tendencias virtuosas o viciosas, con
habilidad o con estupidez, impuestas por el capricho del poder creador.
Como diría un mahometano, su
destino pende desde el instante de su nacimiento; pues el destino del hombre
depende de su carácter y del medio en que vive, y cada nueva alma lanzada al
mundo, tiene que ser condenada al sufrimiento o a la dicha con arreglo a las
circunstancias que la rodean y al carácter impreso en ella.
La predestinación en su forma más
repulsiva, es la única alternativa de la reencarnación. En vez de considerar a los hombres
evolucionando lentamente, de modo que el salvaje brutal de hoy haya de lograr
con el tiempo las nobles cualidades del santo y del héroe, apreciando de este
modo al mundo como manifestación de un proceso de desenvolvimiento sabiamente
concebido y dirigido, nos veríamos obligados a ver en todo ello un caos de
seres sencientes tratados con la mayor injusticia, sentenciados a la dicha o a
la miseria, al conocimiento o a la ignorancia, a la virtud o al vicio, a la
riqueza o a la pobreza, al genio o a la idiotez, por una voluntad externa,
arbitraria, no inspirada en la justicia ni en la misericordia: sería todo un verdadero pandemónium
irracional y sin sentido. Y este caos se
supone ser la parte superior del cosmos, en cuyas regiones inferiores se manifiestan
todas las hermosísimas y ordenadas obras de una ley que siempre desenvuelve
formas más complejas y elevadas de las más ínfimas y sencillas, de una ley
quede modo conspicuo “tiende siempre a la justicia”, a la armonía y a la
belleza.
Si se admite que el
Alma del salvaje está destinada a vivir y a desarrollarse, y no condenada por
toda la eternidad a su presente estado infantil, sino que su evolución se
verificara después de la muerte y en otros mundos, entonces se admite el
principio de la evolución del Alma, y sólo queda la cuestión del sitio donde
tiene lugar. Si todas las Almas
estuviesen en la tierra en el mismo grado de progreso, mucho pudiera decirse
sobre la necesidad de otros mundos para la evolución de las Almas en los grados
superiores al estado infantil. Pero nos
vemos rodeados de Almas muy avanzadas y nacidas con nobles cualidades mentales
y morales. Por paridad de razonamiento,
tenemos que suponer que han evolucionado en otros mundos antes de su único
nacimiento en éste, y entonces habría de sorprendernos el que un mundo que
presenta condiciones a propósito, así para las Almas que se encuentran en la
infancia, como para las más avanzadas, sólo esté destinado a una sola visita
pasajera de aquéllas durante el período inmenso de su desarrollo, y que todo el
resto de la evolución haya de verificarse en mundos semejantes a éste, e
igualmente aptos para proporcionarles la diversidad de condiciones necesarias
para su progreso en sus diferentes etapas, tal como las vemos cuando nacen
aquí.
La Antigua Sabiduría enseña, a la
verdad, que el Alma progresa a través de muchos mundos; pero también enseña que
nace en cada uno de ellos una y otra y otra vez, hasta que ha completado toda
la evolución posible en aquel mundo.
Los mundos mismos, según sus
enseñanzas, forman una cadena evolutiva, y cada uno tiene su papel propio, como
campo adecuado de determinado desarrollo.
Nuestro mismo mundo ofrece campo propio para la evolución de los reinos
mineral, vegetal, animal y humano, y por tanto, tiene lugar en él la reencarnación
colectiva o individual en todos estos reinos.
Ciertamente, una evolución más vasta
nos espera en otros mundos; pero conforme al orden divino, no se abrirá ante
nuestra mirada hasta que hayamos aprendido y dominado las lecciones que nuestro
propio mundo ha de enseñarnos.
Al estudiar el
mundo que nos rodea, observamos que podemos encaminar nuestros pensamientos por
diversas vías que nos llevan a la misma meta de la reencarnación. Ya hemos determinado las inmensas diferencias
que separan al hombre del hombre, las cuales implican un pasado evolucionario
detrás de cada alma; y hemos llamado la atención sobre tales diferencias en
cuanto distinguen entre la reencarnación individual del hombre (el cual constituye una sola especie), y la reencarnación de las almas en grupos monádicos, que
corresponden a los reinos inferiores.
Las diferencias relativamente pequeñas
que separan los cuerpos físicos de los hombres, reconocibles todos externamente
como tales hombres, deben compararse con las diferencias inmensas que al
salvaje inferior separan del tipo humano más noble en capacidad intelectual y
moral. Muchas veces vemos salvajes de un
desarrollo físico espléndido y con grandes masas cerebrales; pero ¡cuánto
difieren en mentalidad de un filósofo o de un santo!
Si las cualidades mentales y morales se
consideran como acumulación de los resultados de la vida civilizada, entonces
nos vemos frente al hecho de que a los hombres de más talento del presente, sobrepujan
los gigantes intelectuales del pasado, y de que ningún hombre de nuestra época
alcanza la altura moral de algunos santos históricos. Por otra parte, tenemos que considerar que el
genio no tiene padre ni hijos; que aparece repentinamente y no como la meta de
una familia que haya venido desarrollándose gradualmente, y que por regla
general es estéril, o bien que si tiene un hijo, es un hijo del cuerpo y no de
la mente. Más significativo aún es el
hecho de que la mayoría de las veces un genio músico nace en una familia
música, porque esta forma del genio necesita de una organización nerviosa de
clase especial para manifestarse, y el organismo nervioso cae bajo la ley de la
herencia. Pero ¿cuántas veces sucede que la misión de
tales familias acaba tan luego como ha proporcionado un cuerpo para un genio, y
que luego degenera y desaparece, al cabo de una cuantas generaciones, en la
obscuridad y la insignificancia de la masa general humana?. ¿Acaso han sido los descendientes de Bach, de Beethoven o de Mozart
iguales a sus padres? Verdaderamente, el genio no se transmite
de padres a hijos, como sucede en los tipos físicos de familia de los Stuardos
y Borbones.
¿De qué modo, si no por la reencarnación, pueden
explicarse los “niños prodigio”?
Consideremos, por
ejemplo, el caso del doctor
Young, el descubridor de
la teoría ondulatoria de la luz, un hombre cuyos méritos no han sido aún
reconocidos en toda su magnitud. A los
dos años, sabía leer “con mucha soltura”; y antes de los cuatro había
llegado a leer por dos veces toda la
Biblia; a los siete principió la aritmética y dominó el Tutors Assistant (Ayuda
del Maestro) de Walkingham, antes de llegar a la mitad del mismo bajo la
dirección de un preceptor; y unos cuantos años más tarde, aún en el colegio,
posee el latín, el griego, las matemáticas, la teneduría de libros, el francés,
el italiano, el manejo y la fabricación del telescopio, y muestra gran afición
hacia la literatura oriental. Destinado
a los catorce años, en compañía de otro muchacho año y medio mas joven que él,
a estudiar bajo la dirección de determinado maestro, que no llegó a tomarse a
su cargo. Young enseñó al otro muchacho.
Sir William Rowan Hamilton demostró facultades
aun más precoces. Principió a aprender
el hebreo cuando apenas tenía tres años, y a los siete, según declaró uno de
los catedráticos del Trinity College de Dublín, había demostrado mayor
conocimiento de esta lengua que muchos aspirantes a cátedra. A los trece años sabía trece idiomas, entre
los cuales, además de las lenguas clásicas y europeas modernas, se contaba el
persa, árabe, sánscrito y malayo. A los
catorce años dirigió una carta de bienvenida al embajador persa en una visita
de éste a Dublín, el cual declaró “que no había creído que hubiera en
Inglaterra un hombre capaz de escribir en su lengua”. Un pariente suyo escribe lo siguiente: “Me
acuerdo que cuando tenía seis años contestaba a cualquier pregunta difícil de
matemáticas, y luego corría alegremente a jugar con un carrito. A los doce años luchó con Colburn, el
muchacho calculista americano, que entonces se exhibía como una curiosidad en
Dublín, y no siempre llevaba lo peor de la contienda”. A los dieciocho años el doctor Brinkley
(Astrónomo Real de Irlanda) dijo de él en 1823: “Este joven no diré que será,
sino que es el primer matemático de su siglo.”
En el colegio su carrera no tuvo precedentes, pues, entre muchos
competidores de más que ordinario mérito, fue siempre el primero en todas las
materias y en todos los exámenes.
Compare el hombre reflexivo estos
muchachos con algunos medio idiotas y aun con la generalidad de los chicos;
observe cómo principiando con tales ventajas llegan a ser directores del
pensamiento, y pregúntese luego si tales almas no tienen pasado alguno tras sí.
El parecido de familia se explica
generalmente por la “ley de la herencia”, pero las diferencias en el carácter
mental y moral que constantemente se ven en una misma familia, se dejan sin
explicación. La reencarnación explica el parecido por el hecho
que por medio de la herencia física puede proveerla de un cuerpo a propósito
para expresar sus características; y explica las diferencias atribuyendo el
carácter mental y moral al individuo mismo, al paso que demuestra que los lazos
forjados en el pasado le han conducido a encarnarse en relación con algún otro
individuo de la familia.
Un “hecho significativo es el de los
hermanos gemelos, los cuales durante la infancia son muchas veces indistinguibles
el uno de loro, aun para la vista penetrante de la madre o de la nodriza, al
paso que más adelante, en el transcurso de la vida, el Manas obra en su
envoltura física y la modifica de tal
modo, que disminuye la semejanza física, y las diferencias de carácter se
estampan en las mudables facciones”.
La semejanza física unida a las
diferencias mental y moral, parece
implicar la unión de dos series distintas de causas.
La diferencia sorprendente que, para la asimilación
de cierta clase especial de conocimientos, se nota entre personas de facultades
intelectuales casi iguales, es otra “huella” de la reencarnación. Tal reconoce enseguida una verdad, mientras
que otro no llega a verla ni aun después de mucho estudio y observación; y sin
embargo, puede suceder precisamente lo contrario respecto de otra verdad que se
asimile el segundo y no llegue a
comprender el primero. “Dos
personas muestran afición a la Teosofía y principian a estudiarla; al cabo de
un año, una se ha familiarizado con sus conceptos principales y puede aplicarlos,
al paso que la otra se encuentra perpleja.
A una le es familiar cada concepto desde que se le presenta; para la
otra es cosa nueva, extraña, incomprensible.
El creyente en la reencarnación, infiere de esto que la enseñanza es
antigua para la una y nueva para la otra; aquélla aprende pronto porque se
acuerda, no hace más que recobrar un conocimiento del pasado; ésta aprende lentamente,
porque su experiencia no encierra estas verdades de la naturaleza, y las
empieza a adquirir trabajosamente por vez primera”.
Del mismo, la intuición es “meramente el reconocimiento de un
hecho familiar en una vida interior, aunque encontrado por primera vez en el
presente”: otra huella del camino por el cual ha viajado el individuo en el
pasado.
La principal dificultad que muchos
tienen para admitir la doctrina de la reencarnación, es la falta de memoria
respecto del pasado. Sin embargo, cada día confirman el
hecho de haber olvidado mucho de la vida presente, pues los primeros días de la
niñez están borrosos, y los de la infancia en vacío completo. Deben advertir también que los sucesos
pasados y por completo desaparecidos de su conciencia normal, se encuentran,
sin embargo, escondidos en obscuras cavernas de la memoria, y pueden presentarse
vívidamente en ciertas enfermedades o bajo la influencia del magnetismo.
Hay ejemplo de un moribundo que habló una lengua
sólo conocida en su infancia, y que le había sido desconocida durante su larga
vida; en el delirio, sucesos largo tiempo olvidado, se han presentado de un
modo vívido a la consciencia. Nada se
olvida realmente; pero mucho se halla oculto a la vista limitada de nuestra
conciencia ordinaria, la cual es la forma más restringida de nuestra conciencia
general, por más que sea la única conciencia reconocida por la gran mayoría.
Del mismo modo que
el recuerdo de una parte de la vida presente se halla fuera de los límites de
la conciencia ordinaria y sólo se muestra de nuevo cuando hallándose el cerebro
en estado súper-sensitivo, puede responder a vibraciones que ordinariamente no
es capaz de percibir, así también el recuerdo de las vidas pasadas se halla
almacenado fuera del alcance de la conciencia física.
Se halla todo en el Pensador, que es
el único que persiste vida tras vida y tiene el libro de memorias a su alcance,
pues es el único “yo” que ha pasado por todas las experiencias que en él se
registran. Por otra parte, puede
imprimir el recuerdo del pasado en su vehículo físico, así que lo haya
purificado de modo que responda a sus fugaces y sutiles vibraciones, y entonces
el hombre de carne puede compartir el acumulado conocimiento del pasado. La
dificultad de la memoria no consiste en el olvido, pues el vehículo inferior, o
sea el cuerpo físico, no ha pasado nunca por las vidas anteriores de su dueño;
consiste en la absorción del cuerpo actual en su medio ambiente presente, en su
grosera insensibilidad para responder a las delicadas vibraciones, únicas por
las cuales puede hablar el alma.
Los que quieran recordar el pasado, no
deben tener concentrado todo su interés en el presente, sino que deben
purificar y refinar el cuerpo hasta que pueda recibir las impresiones de las
esferas más sutiles.
Sin embargo, la memoria de las
vidas pasadas la posee un considerable número de personas que han llegado a
adquirir la sensibilidad necesaria del organismo físico, no siendo ya para
ellas la reencarnación mera teoría, sino asunto de conocimiento personal. Así saben cuánto más rica es la vida presente
con el recuerdo de las pasadas, viendo que los amigos de este breve día son los
mismos de hace mucho tiempo con lo que los recuerdos antiguos fortalecen los
lazos del pasajero presente. La
vida gana en seguridad y en dignidad cuando se la ve con una extensa
perspectiva tras sí, y cuando los amores de antaño reaparecen en los amores de
hoy.
La muerte se reduce a su propia
insignificancia, como un simple incidente de la vida, el cambio de un escenario
por otro, como un viaje que separa los cuerpos, pero que no puede separar al
amigo del amigo. Se ve que los lazos del
presente no son más que eslabones de una cadena de oro que se extiende en el
pasado, pudiendo afrontarse el porvenir con la alegre confianza que proporciona
la idea de que estos lazos subsistirán, y que forman parte de aquella cadena no
interrumpida.
De vez en cuando vemos niños que han aportado
recuerdos de su inmediato pasado, las más veces cuando han muerto en la niñez y
vuelven a nacer casi inmediatamente. En
Occidente son estos casos más raros que en Oriente, porque en Occidente las
primeras palabras de tal niño serían escogidas con incredulidad, y pronto
perder la confianza en sus propios recuerdos.
En Oriente, donde la creencia en la reencarnación es casi universal, se
escuchan los recuerdos del niño para comprobarlos a su debida oportunidad.
Hay otra consideración respecto de la memoria, que
merece estudiarse. La de los sucesos
pasados, permanece como hemos dicho, únicamente en el Pensador; pero los
resultados de estos sucesos, convertidos en facultades, se hallan al servicio
del hombre encarnado. Si el total de
estos sucesos pasados se lanza dentro del cerebro físico, como una vasta masa
de experiencias sin orden ni arreglo, el hombre no podría guiarse por la
manifestación del pasado ni utilizarlo para su ayuda presente.
Obligado a escoger entre dos tendencias de acción, tendría que elegir
sucesos similares en carácter, entre los desordenados hechos de su pasado, ver
cuáles fueron sus resultados, y después de un estudio largo y penoso, llegar a
alguna conclusión que probablemente sería viciosa por no haber tenido en cuenta
algún factor importante que se recordó tiempo después de haber pasado el momento
de la decisión. Todos los sucesos, triviales
o importantes de algunos cientos de vidas, formarían más bien una masa caótica
de referencia que no fuera posible manejar en el momento en que se requiriese
una pronta decisión.
El plan mucho más eficaz de la Naturaleza, deja al
Pensador la memoria de los sucesos, provee un largo período de existencia desencarnada
para el cuerpo mental, durante el cual todos los sucesos pueden compararse
sinópticamente y clasificar sus resultados.
Luego estos resultados se cambian en facultades, y éstas forman el cuerpo metal siguiente del
Pensador. De esta suerte, las facultades
acrecentadas y mejorada, se hallan dispuestas para el empleo inmediato, y
existiendo en ellas los resultados del pasado, puede llegarse a una decisión
inmediata de acuerdo con tales resultados.
El golpe de vista claro y rápido y el pronto juicio no son más que la
expresión de la experiencia pasada, moldeada en una forma efectiva de empleo;
son, seguramente, instrumentos mucho más útiles que lo fuera una masa de
experiencias no asimiladas, de entre las cuales tendrían que elegirse y
compararse las más salientes, y de la que habrían de hacerse deducciones cada
vez que se necesitase tomar una resolución.
Sin embargo, desde estos puntos de vista,
la mente vuelve a apoyarse en la necesidad fundamental de la reencarnación,
para explicar la vida y no ver en ella al hombre como mero juguete de la injusticia
y la crueldad.
Con la reencarnación, el hombre se ve a
sí mismo digno e inmortal, evolucionando hacia un fin divino y glorioso; sin
ella es una arista que flota a merced de la corriente de circunstancias
casuales, irresponsable de su carácter, de sus acciones y de su destino.
Con ella puede mirar hacia adelante con
esperanza, libre de temores, por bajo que se encuentre hoy en la escala de la
evolución, porque se halla en la que conduce a la divinidad, y el llegar a su
cúspide es sólo cuestión de tiempo; sin ella no tiene fundamento racional de
seguridad acerca del progreso en el porvenir, ni siquiera respecto a la
realidad de porvenir alguno; porque ¿que porvenir
habría de aguardar una criatura sin pasado?
Puede ser una mera burbuja en el océano del tiempo.
Lanzando al mundo desde el no ser, con cualidades
buenas o malas que posee sin razón ni merecimiento, ¿por qué habría de luchar para
mejorarlas? ¿No será su futuro, si es
que tiene alguno, tan aislado, tan sin causa y tan falto de relación como su
presente?
El mundo moderno, al desechar de
sus creencias la reencarnación, ha privado a Dios de Su Justicia y al hombre de
su seguridad; puede ser “afortunado” o “desgraciado”; pero carece de la fuerza
y la dignidad que inspira la confianza en una ley inmutable, y se le abandona a
merced del insurcable océano de la vida.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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